Un 14 de noviembre, del año 1989, con 11 años y mientras estaba en clase, la secretaria de mi cole, entró en clase con evidentes síntomas de preocupación. Había recibido un aviso por parte de las autoridades en el que aconsejaban trasladar, a los alumnos que usábamos el transporte escolar, inmediatamente a sus casas porque una gran tormenta se avecinaba sobre la capital... Anteriormente, llevábamos dos semanas de lluvia constante pero lo que iba a suceder en esas horas siguientes, desbordó todas los pronósticos...
El cielo se oscureció de repente, una oscuridad que no he vuelto a ver jamás... Una grave falta de previsión y aviso por parte de Protección Civil, las condiciones orográficas de la ciudad, rodeada de montañas y unas infraestrucutras obsoletas, crearon el escenario ideal para la tragedia. Cayeron mas de 180 litros por metro cuadrado en poco mas de una hora...
Aun recuerdo cómo a mitad de mi trayecto, en el paseo de Martiricos, el agua empezó a entrar por los bajos del autobús. También cómo a mi madre le llegaba el agua a las rodillas mientras me esperaba preocupada en el portal de mi casa. No teníamos noticias de mi padre, que trabajaba por el centro de la ciudad y cuyo coche, quedó atrapado en las cercanías de la parroquia de Santo Domingo, literalmente engullido por las aguas desbordadas del río Guadalmedina. Tuvo que dejarlo allí ante la imposibilidad de sacarlo, pero pudo regresar a casa empapado. En mi bloque, el agua caía como si fuese una cascada, por los huecos de las escaleras y los inodoros expulsaban todo el líquido elemento que las cañerías, taponadas por el granizo, no podían tragar.
Decenas de ríos y arroyos desbordados, entre ellos el más cercano a mi casa, el de los Ángeles. Varios fallecidos, cientos de personas perdieron todo lo que tenían, polígonos inundados e inumerables destrozos en toda la provincia, pero especialmente en la capital y alrededores.
Hace 25 años ya... pero lo recuerdo como si fuese ayer.
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